De pronto un mail. Tus fantásticas historias hacen desprenderme de lo que soy ahora, de mi plenitud, de mi realidad y sobre todo de la claridad que tengo ante ciertos argumentos amorfos en mi cabeza. Desaparezco en un minuto y prefiero volcarme a la intuición de que todavia no es hoy, ni mañana serán los días en que atravieses por esta puerta y me pidas un abrazo. Más que abrazos me pedirás descontrol, intoxicarnos, despilfarrar momentos irrisorios en tu espalda y mis hombros. Es lo que más quisiera, es lo que más esperé mientras esperabas tu boleto. Pero me asusta no reconocerte y me asusta que nuestros planes de transitar por un mes lejos de aca, no sea lo que mi voz cante en la ducha. Las copas están sucias y el cenicero lleno. Las noches no han sido santificadas ni yo he dormido sola. A veces creo que todo aquel distante momento que pretendo demostrarte es para alejarme y empezar definitivamente una cicletada sin motor. Demente y demoníaco! ni tu cabeza flotando sobre la agudeza podría entender lo que me complica este medio día. Me quiero tomar otra copa mirándote a los de esponja, pero desligando los milimetros de agua dulce que caen alrededor y evitando el agua salada que suele caer de mis ojos cada vez que te has ido.
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