Tenía glamour. Caminaba derecha y con un toque de gracia. No miraba a su alrededor, le asustaba que alguien fijara sus ojos en ella. Los esquivaba. El pequeño intelectual le hablaba de literatura, ella le sonreía. El pequeño intelectual la invitaba a besarlo, ella no lo pretendía. Tanta rareza la tomaba y tanta nostalgia la hacía incrédula. Sintió un grito y apartó sus pestañas del lugar. Afuera presenciaba una muerte inesperada. No podía entenderlo, pero lo presentía. Su calidez estaba fría y podía asociar que ya el juego se había terminado. Sólo lloró al ver el cadáver. Asintió con la cabeza, dejó una flor y se marchó. Camino a su casa miles de conceptos y palabras arruinaban su ebriedad. Abrió su puerta y el vino que entibiaba para aquel encuentro con su fantasma lo bebió. Con un cigarro un tanto mojado, con los labios partidos y morados comenzó a escribir. Tanta mierda la asustaba que no pudo retener la creatividad y la pena la condenó a llamar. Sabía que nadie contestaría, pero era errónea y amaba errar. Su luz se apagó y se apagó su imaginación. Estaba mal, pero gustaba del encierro melancólico. De pronto el glamour se fue y se durmió. Pero despertó sonriendo y despejando todo. Entendió su pena y también la suspendió. Estaba intancta y su textura suave la volvió a embellecer. Ahora sólo sabe que el duelo no existe y sólo la nostalgia se encarga de recordarlo. Un suspiro en vano y una mano fría la acorralaron. Hoy su risa la encanta... por querer sólo... empaparse en su perfume.
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