Sus pasos eran largos. Contorneaba las caderas cual modelo en pasarela. Tapaba sus ojos con unos lentes gigantes, sin embargo su mirada al frente no se desviaba. Parecía estar muy segura de sí misma y el pelo suelto, escapándose al compás de su silueta, no pasaba inadvertido por Marchant Pereira. Sus pantalones ajustados, botas altas y un zorro en el cuello generaban la fascinación de muchos, a los que ella ignoraba. Sólo en un semáforo dejo ver su caprichosa sonrisa. Cualquiera creería que llevaba la fortuna entre sus manos...pero estas, estaban vacías. Parecía hermosa, plena, única, sin embargo suspiraba sola. Su belleza exterior escondía la tristeza que sostenía. Noches exhaustas, niños a sus pies, alcohol por sus venas e intoxicación de nostalgia era todo lo que realmente le pertenecía. Al final de la calle se sentó en una banca, posó su bolso de piel sobre las piernas y se quitó los lentes. Tenía unos gigantes ojos verdes que se remarcaban con los rastros del rimel corrido. Su nariz pronunciada afirmaba esa personalidad fuerte con la que caminaba. Sus manos estaban partidas y los bordes de las uñas heridos. En un instante sacó un cigarro, lo encendió... y rompió en llanto. La mujer que venía por las calles adueñándose de las impresiones estaba disminuida, ya que la luz del medio día opacaba ese magnetismo que la contenía. Ni las jornadas descontroladas habían apaciguado su fragilidad. Estaba fragmentada y cada minuto que pasaba se volvía más invisible. Y es que un instante de eterna seguridad no borraba las marcas que la obligaban a mancharse de tinto. Su risa nerviosa carcomía sus pesadillas ambulantes y se iba durmiendo poco a poco. De pronto ya no estaba...y la niña que jugaba a su lado se vistió de diva para volver a casa. No era más que la ingenuidad maltratada y la dureza obligada. El encanto de esa noche la hizo grande, pero el abrir de las cortinas, pequeña. El desenfreno de sus arrebatos la hizo hermosa pero lo agrio de su llanto la dejó demacrada. Tanto escape para nada, más nada como su verguenza.
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1 comentario:
¿por qué el abrir de las cortianas la hizo pequeña? Seguro que el chorro de luz del medio día debió haber iluminado esos gigantes ojos verdes... ¿de qué se escapa? ¿de la luz? Difícil, ni con sus lentes giantes sería capaz de cortar la union que sus ojos tienen con ella
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